sábado, 8 de septiembre de 2012

NUESTRA SEÑORA DE LA PEÑA DE FRANCIA


8 de septiembre




NUESTRA SEÑORA DE LA PEÑA DE FRANCIA

   Las manifestaciones divinas del amor de Dios a María son también manifestaciones de la misericordia del Señor para con los hombres en las épocas de grandes crisis sociales, que piden para su solución especial auxilio de la piedad divina.
   Sufría en el siglo XV una de estas crisis el reino de Castilla, cuando los hijos de aquel noble caballero llamado don Fernando de Antequera, a quien los compromisarios de Caspe otorgaron la corona de Aragón, se propusieron resolver el reino, a la sombra de un monarca menos capaz de lo que pedían las circunstancias históricas por las que el reino atravesaba.

   Pues para remedio de los males que estas revueltas causaban, no menos perjudiciales a la vida cristiana que a la civil, quiso el Señor establecer en el corazón de Castilla este santuario de la Peña de Francia. Forma esta peña parte de la cordillera que separa las provincias de Salamanca y de Cáceres. El nombre "de Francia" tiene, sin duda, su origen en la colonia que contribuyó a la repoblación de Salamanca en el siglo XI. Se eleva la peña a una altura de 1.720 metros sobre el nivel del mar y unos mil sobre la meseta castellana, y, por hallarse destacada y sin abrigo alguno de otras montañas, está más expuesta a la violencia de los elementos meteorológicos. Pues una tradición, que fue consignada por escrito por primera vez el año 1544, en la historia que entonces se publicó. Nos dice que en el año 1434, reinando en Castilla Don Juan II, el 19 de mayo, miércoles infraoctava de Pentecostés, fue hallada, en lo más alto de la peña, una imagen de María con el Niño en los brazos de la Madre y que desde el principio comenzó a distinguirse con multitud de gracias celestiales, que atraían al lugar innumerable multitud de fieles. La tradición detalla el suceso, atribuyendo el hallazgo a cinco hombres del vecino pueblo de San Martín, movidos por un personaje que había llegado aquellos días allí, llamado Simón Vela. Este, según la referida historia, era francés y había recorrido toda su nación buscando una imagen, que estaba escondida en un lugar llamado Peña de Francia, y cuyo hallazgo a él estaba reservado. Su apellido no sería otra cosa que la orden del cielo que continuamente resonaba en sus oídos, diciéndole: "Simón, vela, no duermas, busca en la Peña de Francia el tesoro que te tiene reservado el cielo". Cansado de recorrer en vano las tierras de Francia, vino a Salamanca, esperando que, entre los estudiantes de la Universidad, hallaría quien le diese noticias de la Peña de Francia, donde, según la voz del cielo, se hallaba oculta la imagen que buscaba. Al fin, en la plaza del Corrillo de Salamanca oyó hablar de la Peña de Francia y con esta noticia se vino a San Martín del Castañar, donde comunicó su secreto y encontró a los hombres decididos que le ayudaran a dar con la imagen tan deseada. Hallada ésta, Simón se constituyó en el abnegado servidor de la imagen y procuró, con ayuda de los devotos que venían, construir una ermita. Allí perseveró en compañía de los religiosos dominicos, que a su muerte le dieron sepultura en la misma ermita. La cabeza se guardaba más tarde en la sacristía en una urna y hoy está en el santuario de Robledo, en Sequeros. Estos hechos nos prueban la historicidad del personaje, no que su apellido, tan castellano o portugués, sea la traducción de la orden celestial que sonaba de continuo en sus oídos.

   En la villa de Sequeros se venera la memoria de una joven que, diez años antes, había anunciado el hallazgo de la imagen y los orígenes del santuario de la Peña de Francia.

   Los primeros agraciados de la Virgen fueron los obreros que hallaron la imagen, a quienes curó de diversos males que padecían. Con esto comenzó a concurrir al sitio multitud de fieles, atraídos por los favores que recibían del cielo. Cuántos serían éstos nos lo demuestra el hecho de que, un par de años más tarde, la Orden de Santo Domingo se sintió llamada a convertir aquel naciente santuario en un centro de apostolado mariano y, por medio de fray Lope Barrientos, maestro y confesor del príncipe Don Enrique, acudió al rey, que, a su vez, recurrió al obispo de Salamanca y éste, el 19 de septiembre de 1436, en Vitigudino, expedía estas letras: "Sepades que, por cuanto en nuestra diócesis y obispado, por devoción de las gentes y milagros grandes que Dios ha mostrado en honor de la Virgen, nuestra Señora, se ha comenzado a fundar una ermita, que llaman Santa María de Francia, a do muchas gentes concurren, y por cuanto nuestro señor el Rey, codiciando que la devoción de la Virgen María sea acrecentada en los pueblos cristianos y ella mejor servida, afectuosamente nos envió a rogar que Nos ficiésemos donación de la dicha ermita a la dicha Orden de Predicadores; por ende, por la presente Nos damos e traspasamos perpetuamente la dicha ermita de Francia, con todas sus pertenencias, para fundar un convento de la Orden de Santo Domingo". Y como, por razón del sitio en que la ermita se había levantado, no fuera tan claro que pertenecía al obispado de Salamanca, el 26 de abril de 1437 el cabildo de Coria, Sede vacante, expidió un documento en todo semejante al del prelado salmantino. En virtud de esto, el rey despachó en Illescas, el 19 de noviembre de 1436, una real cédula a favor de fray Lope Barrientos, cuyas son estas palabras: "Por cuanto a mi noticia ha venido que en la Sierra de Francia, que es cerca de La Alberca e cerca de Granadilla, se ha descubierto una imagen de nuestra Señora, por la que se dice que nuestro Señor hace muchos milagros, lo cual podemos creer que así ha sucedido, y porque en la Sierra el servicio de la dicha Señora, la Virgen María, nuestra abogada, sea acrescentado y asimismo la devoción de las gentes, así por la más acrescentar, delibero y ordeno que, a reverencia de Nuestra Señora, sea fecha una casa o monasterio de la Orden de Santo Domingo de los frailes predicadores". Y mirando a las condiciones del sitio, que pudiera resultar poco habitable, añade la facultad de fundar casa "en amor de la dicha Sierra de Francia que fuese lugar continuamente habitable, o al pie de la dicha Sierra, si en invierno no fuese lugar habitable en las alturas de la dicha Sierra". Por la misma fecha el provincial de Santo Domingo, fray Lope de Gallo, aceptaba la donación con el propósito de fundar un convento, y el 11 de junio de 1437 fray Juan de Villalón, confesor de la reina, tomó posesión con todas las solemnidades de uso y asimismo recibió las cuentas de los mayordomos que hasta entonces habían administrado el santuario. Cuatro meses más tarde tenía lugar la erección canónica del convento, uno de los seis que fray Luis de Valladolid había obtenido del papa Martín V, en el concilio de Constanza, el año 1418.

   Tales son los orígenes del santuario y convento de Nuestra Señora de la Peña de Francia. Pero bajo estas escuetas noticias hemos de ver la mano de Dios, que por medio de la Virgen derramaba sus gracias sobre las almas, y asimismo la generosidad de éstas, que ofrecen largas contribuciones con las cuales se hizo posible la construcción de los edificios que forman el santuario en la cima de la peña.

   Cuando el padre Villalón tomó posesión de la ermita, era ésta muy poca cosa, lo que hoy es presbiterio de la iglesia. A ella se agregó ésta, de estilo gótico, que aún subsiste; la hospedería, el convento, las capillas, todo esto levantado en gran parte con materiales subidos del llano. Y lo más difícil no era la construcción, sino la conservación de lo construido, lo que significa una lucha constante contra la fuerza de los elementos, que durante el invierno arruinan lo que en el verano se levantó. Entre los prodigios que la Virgen ha obrado en la Peña de Francia es preciso contar éste de la persistencia del santuario. Pero la atracción de las almas hacia la áspera montaña era desde el principio extraordinaria. De los reinos de Castilla y de Portugal era continuo el concurso de los fieles con grande espíritu de penitencia. Muchos venían contando las gracias que habían recibido a la invocación de la Virgen de la Peña de Francia, y los padres capellanes de la Virgen desde el principio se impusieron el deber de tomar acta jurídica, con todas las formalidades de derecho, de semejantes gracias, que luego vinieron a ser los principales documentos de la historia del santuario. En ellos tenemos el eco de toda la historia militar de España, pues bien sabido es que las guerras traen consigo muchas calamidades y en ellas quienes las sufren aprenden a levantar el corazón a Dios para pedir el socorro necesario. Esto aparte de la infinidad de tantos males como afligen a la pobre humanidad, por los que el Señor enseña a los hombres a humillarse y orar. La Virgen de la Peña desde lo alto de su asiento, en que se descubre su santuario, era el consuelo de las almas afligidas, desde las provincias norteñas de Galicia, Asturias y Vascongadas hasta las de Andalucía, extendiéndose también al reino de Portugal. Testimonio de esta devoción son los altares que en las iglesias se dedicaban a Nuestra Señora de la Peña de Francia y los santuarios que como filiales se erigían en muchas partes. Entre éstos se distinguen el de La Cañiza en la provincia de Pontevedra, del que tuvo origen el más célebre de Lisboa. Cuando, en el siglo XVI, los dominios de España y Portugal se extendieron por las tierras recientemente descubiertas y evangelizadas por ellos, se dilataba también la devoción de la Virgen de la Peña, así como la fundación de santuarios del mismo nombre, entre los que se distingue el de Naga, en la antigua provincia de Nueva Cáceres, en las Filipinas, cuya imagen fue coronada solemnemente el año 1924.

   Durante cuatro siglos subsistió el santuario de la Peña, siendo fuente de gracias para las almas que a él acudían, sin otras alteraciones que las que trajeron tropas napoleónicas, que por dos veces le visitaron. Pero el año 1835 los religiosos hubieron de abandonar la casa, que con tantos esfuerzos habían levantado y conservado en lo alto del risco, y sus bienes del santuario fueron vendidos igual que los de toda la Iglesia española. Apenas el santuario quedó abandonado de sus antiguos moradores, los feligreses de Sequeros, con su párroco a la cabeza, subieron a la peña y, tomando la imagen, la instalaron en su santuario de Robledo, donde permaneció durante veinte años. En 1854 los albercanos obtuvieron de las autoridades que se les entregase la imagen, a la que se creían con más derecho, y en su iglesia parroquial estuvo hasta que, dos años más tarde, volviendo los de Sequeros a reclamar lo que creían precioso tesoro, las autoridades civil y eclesiástica resolvieron restituir la imagen a su santuario. Hallábase éste en gran manera arruinado y, para ponerlo en condiciones de recibir la imagen y reanudar el culto, se nombró una junta mixta de eclesiásticos y seglares encargada de recoger limosnas y ejecutar las obras necesarias. Con esto el 8 de septiembre de 1859 la imagen de la Virgen fue restituida a su santuario y la tradicional fiesta de la Peña se celebró solemnemente. La imagen fue por entonces colocada en la capilla llamada de la Blanca, en el sitio de su invención. Por esta fecha el santuario, que había sido hasta entonces nullius dioecesis, fue atribuido a la de Salamanca y desde entonces los prelados de la misma desarrollaron gran actividad por fomentar la devoción de la Virgen, a lo que los pueblos de la Sierra correspondían generosamente. Pero ya la Virgen de la Peña no era la devoción del antiguo reino de Castilla y de Portugal. Este se había olvidado de la Peña desde que logró separarse de España. Entonces la piedad portuguesa se volvió a su santuario de Lisboa.

   En el año 1872, el 17 de agosto, ocurrió en la peña un suceso que conmovió hondamente toda la región de la sierra. Unos individuos se presentaron en el santuario y con amenazas al ermitaño se llevaron la imagen y desaparecieron con ella. La impresión producida por el robo sacrílego fue hondísima. Cuáles serían los motivos del robo no es fácil precisarlos. Probablemente creyeron los autores que era la imagen de gran valor material, engañados por la estima en que los fieles la tenían. Los ladrones no fueron habidos y tampoco la imagen fue recobrada, no obstante los esfuerzos del excelentísimo señor Lluch y Garriga, obispo entonces de Salamanca, y del excelentísimo señor Izquierdo, que le sucedió. Para ocupar su lugar se llevó otra de la misma advocación, que se veneraba en la iglesia de San Esteban de Salamanca. El año 1889 aparecieron los restos de la antigua imagen, que fueron devueltos al padre Cámara por el superior del convento de San Esteban, padre Mateo Cifuentes, el cual los había recibido bajo secreto de confesión. Pero no era la antigua imagen, sino los restos de ella, que había estado muchos años expuesta a la acción del agua. Comprobada la autenticidad de los mismos, el señor obispo encargó a un artista de Madrid otra imagen, en la que embutió la porción hallada, como preciosa reliquia. Con una vibrante pastoral el señor obispo anunció a la diócesis el hallazgo y la conducción de la nueva imagen al santuario que había ocupado la antigua.

En todos estos años el servicio del santuario estuvo encomendado a un sacerdote como capellán y a una familia, que con el título de ermitaños asistían al sacerdote. Pero en 1900 el excelentísimo señor don Tomás Cámara hizo entrega de la administración del santuario al convento de San Esteban como único representante de la Orden de Santo Domingo en la diócesis, y el padre Francisco J. Valdés ratificó el acto de su predecesor, haciendo donación perpetua del santuario al convento de San Esteban. La vida del santuario podemos decir que se reduce a los meses de verano, en los que es fácil la subida al risco y la estancia en él. Durante esos meses, los padres que desempeñaban el oficio de capellanes, trabajaban en la restauración de las ruinas del santuario y en fomentar la devoción de los fieles. Mas para la obra de la restauración los recursos eran escasos, y el invierno deshacía lo que el verano había edificado. Sin embargo, siempre se podían notar los progresos fuera de la antigua hospedería en la que éstos eran progresos de ruinas. Pero el año 1946 el Capitulo provincial, celebrado en San Esteban de Salamanca, encomendó al padre Constantino Martínez la obra heroica de la restauración del santuario de la Peña de Francia. Era la hora de la Virgen, que había escogido a su servidor. El padre Constantino comenzó por convertir a la Virgen en misionera. Con su imagen recorrió los pueblos de la provincia, que la recibían como bajada del cielo. Esto avivaba la fe y la devoción, y a la vez facilitaba recursos para la obra ingente de la restauración. Por este medio y otros, que su devoción e ingenio le sugerían, logró en pocos años restaurar las ruinas de la hospedería, que vemos hoy convertida en un buen albergue de montaña; renovó la iglesia en gran parte, el convento y las capillas. El camino que había sido construido por la Diputación de Salamanca, y cuya conservación hoy corre a cargo del Ministerio de Obras Públicas, ofrece fácil acceso a los coches y con esto el concurso de los fieles crece y también el de los aficionados a contemplar los grandes panoramas de la naturaleza que desde la cima del risco se descubren.

   La obra de la restauración recibió su remate con la coronación solemne de la santa imagen, realizada el 3 de julio de 1952 por manos del cardenal Tedeschini, que, como legado de Su Santidad Pío XII, había presidido el Congreso Eucarístico de Barcelona.

 ALBERTO COLUNGA, O. P.

 

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