sábado, 3 de marzo de 2012

SAN GERVINO, Abad


3 de marzo


SAN GERVINO, 
Abad

   San Gervino, pertenecía a una familia emparentada con la de San Bruno, obispo de Toul, que en el papado llevó el nombre de León IX. Nació en el distrito de Reims, y fue educado en la escuela episcopal. La despierta inteligencia de Gervino se sintió atraída por los clásicos latinos, de suerte que el joven corrió el riesgo de pervertirse con esa poesía sensual, pero, con la gracia de Dios, triunfó de las tentaciones. Después de su ordenación sacerdotall, fue nombrado canónigo de la catedral de Reims, que le aseguraba un porvenir sin preocupaciones; pero, como la vida del sacerdote secular no le satisfacía, ingresó en la abadía de Saint-Vanne, de Verdún, donde pronto se distinguió por su vasto saber, su elocuencia y su modestia. En 1045, el rey Enrique I se Francia nombró a Gervino abad de Saint-Riquier, pero el santo no aceptó sino hasta que todos los monjes votaron por él. Durante su superiorato, construyó varias capillas y santuarios, mostró gran prudencia en el manejo de los bienes de la abadía y desplegó mucho celo por conseguir manuscritos griegos y latinos para la biblioteca. Los peregrinos se apretujaban en la iglesia y el santo abad pasaba, con frecuencia, el día entero oyendo confesiones. Pero su celo no se limitaba a la abadía, sino que le llevó por la Picardía, Normandía y Aquitania hasta Turingia, predicando y oyendo confesiones. Cuando el Papa San León IX fue, en 1050, a Reims, para consagrar la iglesia de San Remigio y presidir el concilio, el abad de Saint-Riquier le acompañó en el viaje de regreso a Roma.

   San Gervino fue varias veces a Inglaterra, donde su abadía tenía algunas posesiones, y aprovechó esos viajes para predicar y visitar los santuarios ingleses. San Eduardo, el confesor, le tenía en gran estima. A este propósito se cuenta una historia curiosa: la reina Edit, que había oído a su esposo hablar con admiración de san Gervino, trató de recibirle con un beso, según la costumbre inglesa, pero el santo no consideró conveniente ese saludo y se rehusó a recibirlo. La reina se molestó tanto, que San Eduardo tuvo cierta dificultad en calmarla; pero la historia acabó bien, pues la reina regaló una hermosa capa al santo abad.

   El Pueblo profesaba tal veneración a San Gervino que, ya en vida, le conocía con el nombre de "el santo abad". En los cuatro últimos años de su existencia el santo sufrió una especie de lepra, pero ello no le impidió el cumplimiento exacto de sus deberes y aun bendecía frecuentemente a Dios por haberle enviado aquélla prueba. El 3 de marzo de 1075, se sintió tan mal, que apenas pudo terminar la misa que celebraba en la cripta de la iglesia Notre-Dame-de-la-Voûte, que él mismo había construido. Los monjes tuvieron que transportarle en brazos a su celda, donde se reunieron todos con gran consternación. El santo les dijo: "Hijos míos, hoy ha venido la Virgen a despedirme de esta vida". En seguida insistió en hacer una confesión pública de sus pecados. DEspués pidió que le transportasen de nuevo a la iglesia, al altar de San Juan Bautista y ahí murió. Cuando los monjes lavaron su cuerpo, no encontraron en él la menor huella de lepra.

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