lunes, 26 de diciembre de 2011

BEATA VICENTA MARÍA DE VICUÑA


26 de diciembre



BEATA VICENTA MARÍA DE VICUÑA,
Virgen Fundadora
(+ 1890)

   "La angelical fundadora" fue llamada ya en vida la madre Vicenta María, no sólo entre sus religiosas Hijas de María Inmaculada para el Servicio Doméstico, sino por cuantos conocieron su infantil gracia y atractivo, su virginidad y delicadeza. Además comenzó su fundación a los veinte floridos años. Dios le concedió nacer en la católica Navarra y de una familia dignísima, de la más cristiana ejemplaridad. Don José María López "se declara" a doña Nicolasa de Vicuña (ambos de limpio y blasonado linaje) después de diez años de platónicas ilusiones: "Créame usted, no conozco sus atractivos físicos, pero sí sus prendas morales, las únicas que ha bastantes años admiro como dechado de la juventud,"

   Por la novia escribe su hermano; con el director espiritual han aconsejado que "la razón y delicadeza no dan lugar a más dilaciones geniales" y que con fecha 16 de noviembre de 1842 ha dado una respuesta "afirmativa categóricamente".

   Ella vivía en Estella y acuerdan su primera entrevista. Cabalga en compañía de un su deudo, canónigo pamplonés, y, rezando el rosario, llegan a la soñada entrevista. Fue tan delicada y discreta que al regreso escribe desde Cascante a la prometida:

   "¡Qué fríamente me despedí de ti! Agitado mi espíritu con aquella primera despedida, aunque quise alargar la mano para estrechar la tuya inocente, el temor de ofender tu limpia honestidad me obligó a retirarla con presteza."

   De tales padres había de brotar el virginal lirio de pureza que el Señor les concedió el 22 de marzo de 1847 y se había de llamar en el bautismo del mismo día Vicenta María Deogracias Bienvenida. Era en Cascante de Navarra.

   En su primer cumpleaños sabe ya pronunciar los nombres de Jesús y de María y balbucear las primeras oraciones. Había que verla: "Calzadita, en las rodillas de su amante madre; mostraba carita de ángel, ojos azules, cabello de oro, blancura de jazmín en el cutis, sonrosadas las mejillas y, por añadidura, las seis perlas ornato de su boca, que parecía un coral".

   Su primera catequesis la recibió sentada en la sillita que su padre le ponía sobre la mesa de su despacho. Si se distraía, la severidad paterna la asustaba con el resorte de una cajita que hacía saltar un perro de juguete; si persistía la distracción, era ésta la amenaza:

   "Mira, niña, que aún no sabes a qué huelen las manos de tu padre."

   Pero no había lugar a ello, porque con sus cuatro añitos ya se escapa al atrio de la iglesia vecina y enseña lo que aprendió de su padre a las niñas que esperaban la hora de la doctrina.

   Todas las tardes a la parroquia,

   -Tía, ponme la mantilla clara bordada para ir bien maja al rosario.

   Y al regresar de la bendición eucarística, impregnada su mantilla de incienso, la ofrecía:

   -¡Mirad! ¡Huele a cielo!

   El señor tío don Joaquín era un sacerdote santo y docto: "Más de doscientas arrobas de libros tendría en su habitación, llena hasta la ventana", decia una vieja de Cascante.

   Aborrecía a los chiquillos su severa gravedad; pero Vicentica le cautivó de manera que se la llevaba de paseo hasta la ermita de la Virgen del Romero; por el camino rezaba el breviario y enseñaba a la sobrinita en latín el credo, el Pater, el Ave Maris stella.

   Ya en el templo, le muestra la lucecita del sagrario y le enseña a pedirle a Jesús que guarde su corazón en aquella casita dorada.

   Mientras acaba sus rezos el señor tío don Joaquín, Vicenta recorre la iglesia con genuflexiones, simulando un vía crucis. Sabe a los seis años recitar versos y leer "el libro de Santa Teresa'; la llaman "la abogadillo".

   Repite los sermones del padre misionero; se interesa por los pobres y goza en repartirles sus limosnas; ellos la llaman "la niña santica" .

   El día de la Inmaculada de 1853, orando en la parroquia de San Andrés, de Madrid, una señora pide al Señor que le inspire lo que ha de hacer para salvar a las muchachas que llegan a la corte para servir y se ven en tantos peligros de cuerpo y alma. Al salir del templo ve una casita en la calle de Lucientes con el letrero: Se alquila. La toma: será el solar primero de la Congregación para el Servicio Doméstico; allí recoge las primeras sirvientas sin colocación.

   La señora era doña Eulalia de Vicuña; con ella y con su esposo y hermano llega Vicenta a compartir la vida madrileña. Aquellos sus parientes en nada desmerecen de la religiosidad y edificante rectitud de su familia de Cascante.

   Don Manuel María de Vicuña es "el padre de los pobres" y para ellos gratuitamente ejerce su abogacía. Con doña Eulalia visitan caritativamente la cárcel de mujeres y dan vida a la asociación de la Doctrina Cristiana.

   Tiene Vicenta sólo siete años; una familia amiga la convida al teatro Real. Ella se resiste:

   -Mi abuelita no fué nunca al teatro y yo quiero imitarla en eso.

   Más adelante lo razonaba:

   "Siempre me pareció cosa del diablo aquello de salir de noche, asistir a cosas fingidas, volver a casa tan tarde, perder el sueño, malgastar el dinero y trastornar el orden."

   En Madrid tiene ya director espiritual, distribución de tiempo, que va ocupadisimo desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche, con misa diaria, estudio de letras, labores, francés, piano, visita al Santísimo, rosario, lectura espiritual. Y casi todos los dias va con su tía Eulalia al Establecimiento que amplia la vieja casita de las sirvientas.

   Y aún su madre escribe: "Mucho me alegraré de que mi hija reciba una instrucción esmerada y brillante; pero hermana mia muy querida, mi deseo principal es que me la eduquéis para santa".

   Bien podía escribir quien la trataba: "Es no sólo una santa, sino una santa de muchísimo talento".

   Sin embargo, tuvo que hacer penitencia de sus tres grandes pecados de estos años. El primero, que se metió en una habitación que se estaba pintando; con su amiguita estropearon la pintura. Doña Eulalia echó la culpa a los pintores, que juzgó descuidados. Pero se presentó en seguida Vicenta a pedir perdón. El segundo, que en El Escorial se presentó con un precioso vestido de manga sólo hasta el codo y un ligero escote:

   -¡Iba yo poco modesta! ¡Quién sabe si otras niñas seguirían mi mal ejemplo!

   El tercero, que se hizo la remolona al quitarse un vestido "que la favorecía", desobedeciendo a doña Eulalia.

   -Pues en una niña de ocho años, eso no es cosa tan grave—decían.

   -El día del juicio me conocerán—replicaba la niña.

   En Cascante pasa el verano: el pueblo arde en fiestas y Vicenta, con su elegancia madrileña, estaba hecha una preciosidad. Tanto que al pasar el rey consorte, don Francisco de Asís, pregunta al alcalde:

   -¿Quién es esa linda señorita?

   -Señor, es una santita, sobrina mia.

   -Se lo dicen a Vicenta y le insinúan como posible novio a un espléndido muchacho. Pero Vicenta dictamina:

   -Ni con un rey ni con un santo. Seré sólo de Dios.

   En los ejercicios espirituales de 1866, el padre Soto, S. I., le propone el método clásico de "la elección de estado". Escribe a dos columnas ventajas e inconvenientes de ser salesa o seguir la fundación que iniciara su tía.

   Terminan los ejercicios; su parienta la salesa, que espera ansiosa verla en su religión, le pregunta qué determina:

   -Las chicas han triunfado- responde la que va a ser fundadora.

   Pone manos a la obra, y comienzan las hostilidades y las pruebas. Tan joven y en un ministerio tan peligroso. Se opone hasta su tía Eulalia y don Manuel, su esposo, que la trata de soberbia e irrazonable, y su buen padre, que quiere "antes verla capuchina de Pinto", alega sus "derechos de patria potestad para no tolerar que se exponga a ser pervertida por las muchachas en vez de ganarlas...".

   Se la llevan a Cascante y aprietan la oposición; estalla la revolución de 1868, que expulsa a las religiosas de su convento, enferman sus padres, se muere la tía que les acompañaba y no le deja su padre tomar ese estado que juzga "estado de perdición".

   -¿Y si me muriera o me fuera capuchina? Igual de solos les dejaria—dice la joven.

   Cae enferma grave. Aterrado su padre, cree ver en la enfermedad un aviso del cielo, y le da permiso para regresar a Madrid. Ya puede entregarse a fundar las entonces llamadas Hermanas del Santo Celo. Aquel celo bíblico de la casa de Dios que la consumía.

   Lentamente, en el quinquenio 1871-1876 se va perfilando la institución. Ya en 1869 se trasladan con su tía Eulalia y otras jóvenes a la casa de San Miguel, 8, donde tienen vida común, distribución de tiempo, pobreza grande. Doña Eulalia, ya viuda, vende sus trajes y joyas para sostener la casa y remienda unas botas de paño negro, porque con lo que ahorra puede dar de comer a una chica lo menos diez dias,

   Y Vicenta, "la abogadillo", arregla la herencia de sus tíos y de sus padres en Cascante, donde le sorprende la guerra civil de 1873 y la incomunica.

   Vuelta a Madrid; bajo la dirección del padre Hidalgo, S. I., lee las Constituciones de la Compañía y otras más recientes y prepara las suyas.

   El padre escribe:

   "Se le presentaba con el espiritu recogido en Dios; suplicaba las luces del Espiritu Santo y de la Virgen con el Ave Maria. Regla hubo que le costó dos meses de oración, comuniones, penitencias y otras santas industrias".

   Y así quedaron de manera que "no hubo que darles entonces, ni al revisarlas la Santa Sede, la más ligera plumada' .

   El 11 de julio de 1876, en el altar que preside una bellísima Inmaculada Concepción, da el habito a las tres primeras religiosas el obispo auxiliar de Toledo, que pronto será el cardenal Sancha.

   Enturbiaban la alegría penas actuales y visión profética de las venideras. El padre seguía hostil en Cascante y la madre continuaba su resistencia pasiva. Cuando supo el padre que le habian cambiado el nombre, al tomar el hábito, por el de Maria de la Concepción, escribió:

   "Yo no reconoceré a otra hija que a Vicenta Maria. Sabes las consecuencias jurídicas de ese cambio".

   El prelado volvió a renovarle su nombre bautismal, con el que seguirá hasta los altares,

   Crece el Instituto; se inaugura nuevo noviciado, tan acogedor y espiritual que "allí no hay más remedio que hacerse santa",

   Un ruidito, tic,tac, tic,tac, escuchan medrosas las novicias, ¿Un reloj? ¿Un ladrón? ¿Las brujas?... Son las disciplinas que se da la madre fundadora.

   Treinta años tiene la madre, y el canónigo Cascajares, futuro cardenal, las llama a Zaragoza. Es la segunda casa de la fundación a los pies de la Virgen del Pilar; la noche entera en el tren, convertido el vagón en capilla de noviciado: la mañana en la Santa Capilla; inauguración solemne la víspera de la Inmaculada: terminan las alegrías inaugurales, comienza la desbandada, se va de obispo de Calahorra el canónigo Cascajares, se disuelve la Junta de señoras, los recursos menguan, y en el crudo invierno, buscando aportaciones, tiene que ir "subiendo y bajando escaleras desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde". Mas la Virgen les envía al padre Pujol, S. I., que va a ser la providencia y aliento de la casa.

   No menos apuros y consolaciones en la fundación inmediata de Jerez, y en la inauguración de la bella capilla del noviciado, y en las nuevas entradas de religiosas; y los primeros votos en el domingo de la Trinidad de 1878 con el nombre de Congregacion del Servicio Doméstico.

   Y tantas emociones, preocupaciones y trabajos agotan las fuerzas de la madre, que tiene la amenazadora hemoptisis, augurio entristecedor para toda la comunidad de la corta existencia de su fundadora.

   Reacciona un poco la salud y se multiplican las fundaciones. Valladolid, Sevilla, Barcelona, con el apoyo de aquella santa mujer doña Dolores Chopitea; la de Fuencarral, espléndida casa generalicia de la Congregación.

   Y entretanto la pérdida del "millón de reales" que se le llevó al administrador una jugada de Bolsa y puso a la madre Vicenta en trance de sostenerse sólo con la divina Providencia.

   Con gozo recibe de Roma el Decretum laudis de la Congregación, que las llama definitivamente Hijas de María Inmaculada para el Servicio Doméstico. La fundadora exponía su primordial objetivo:

   "¿Y quién puede tener más peligros que una pobre sirvienta? Se halla en la edad de las ilusiones, cuando fácilmente se creen las palabras, porque no se ha sufrido aún ningún desengaño. Virgen a merced de sus caprichos en hogar desconocido; sin calor de interés y menos cariño, y sin la mirada de una madre que las sostenga, que las defienda y que las consuele."

   ¡Para cuántas jóvenes han sido padre, y madre, y misioneras estas religiosas!

   Su específico ministerio de las sirvientas se extendía a escuelas dominicales y nocturnas, catequesis de niñas, residencias de señoritas empleadas y oficinistas, que es el servicio más frecuente en nuestros días, escuelas de hogar, misiones.

   Y la Congregación, mientras tanto, se esparcía multiplicada por todo el mundo.

   Un día el padre espiritual interrumpe su plática y dice a la madre:

   -Salga inmediatamente, obedezca y vaya a cuidar a su padre moribundo.

   Y al verla salir continúa:

   He querido que saliera para poderles hablar libremente de sus virtudes y enseñarles cómo deben seguir lo heroico de su candor, humildad, abnegación, celo y pureza.

   Va a cumplir los cuarenta y tres años y sabe por revelación que es ya ése el límite de su vida.

   Solemnísimo es su viático; escribe a María Asunta:

   "Si me viera con su hermosa colcha amarilla de oro y lujos recibir enamorada el santo viático y casi con perfecta salud..."

   Pero en realidad está gravísima. El padre le indica:

   -Prepárese para recibir la santa unción con la mayor limpieza de alma y con la fortaleza necesaria para permanecer en el amor del Sagrado Corazón hasta la muerte.

   -Amén, amén- responde la madre.

   El 26 de diciembre de 1890, a sus cuarenta y tres años, santamente expiraba, diciendo:

   --¡Jesús mio, misericordia! Jesús, María y José, estad conmigo los tres.

   El cardenal Sancha sale del aposento y, entre lágrimas, dice:

   -No sabe el Instituto lo que pierde; cabe en su cabeza un mundo para santificarlo y otro para gobernarlo.

   Su Santidad Pío XII, en el año santo de 1950, la beatificó.

JOSÉ ARTERO

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